HOMENAJE AL PROFESOR ARTURO VILLACORTA

A MODO DE PREÁMBULO
Hace poco tiempo me enteré del fallecimiento de Arturo Villacorta, uno de los profesores que marcó mi paso por la secundaria especialmente. Desgraciadamente la vida nos fue llevando por lejanos caminos y jamás pude conversar con el nuevamente. Sin embargo, guardé las fotografías que mi madre tomó durante la presentación de la obra, el guion original y el programa. Pero principalmente, atesoré el mejor recuerdo de tan bello proyecto cuya memoria se niega a perderse en la niebla del tiempo. Cuarenta y tres años es bastante; sin embargo, la emoción, el nerviosismo, las vestimentas, las tramoyas, las candilejas de madera que Arturo construyó y hasta el peculiar olor del escenario y el maquillaje, siguen vivos en mi memoria. Cuando alguien fallece, la principal pérdida es la oportunidad para agradecer lo que hizo por nosotros.
Que este homenaje sirva como agradecimiento y como recuerdo para todos aquellos que trabajamos bajo la tutela y la batuta de Arturo Villacorta, sus enseñanzas y su gran calidad artística y humana.

PRESENTACION DE ARTURO VILLACORTA
Hermosa presentación escrita por Arturo Villacorta. Aquí se desvela la razón por la que selecciona esta obra imperecedera, es la representación de la propia naturaleza humana.


INTRODUCCIÓN
Durante el año 1981 se gestó la idea de que se presentara una verdadera obra teatral en el colegio Quiñones. Mi madre, Margaret Elliot, siempre fue una entusiasta participante en obras teatrales de aficionados de los expatriados británicos y norteamericanos. Al enterarse de que Arturo Villacorta era un profesor de arte dramático se acercó a él para animarlo a presentar teatro de verdad. Arturo nos enseñaba humildes cursos de manualidades y talleres que, personalmente, aprecié mucho. Además, tenía la función de ser el encargado de las movilidades que nos transportaban diariamente al local ubicado en los límites entre los distritos de Surco y Barranco. Es muy posible que este empuje haya sido la motivación que finalmente requería el gran artista para montar una obra completa. Sin perder más tiempo se puso manos a la obra: escogió de Sófocles la obra Antígona, seleccionó a los talentos para representar los papeles, diseñó la escenografía, los vestuarios y la iluminación que, en gran medida tuvo que ser construida desde cero. Eran épocas de mucha escasez, ausencia de importaciones y recursos limitados, es decir, el Perú en su normal estado.
Recuerdo como si fuese ayer su gran dilema para obtener un reóstato. Arturo no imaginaba una iluminación ad hoc a la obra, sin la capacidad de regular la intensidad de la luz —»imposible lograr el efecto dramático de la escena si la luz no cambia progresivamente» —habla el experimentado profesional lleno de entusiasmo. Construyó en madera los cajones que soportaron las lámparas que sirvieron como baterías superiores, candilejas y diablas; la escenografía y los altillos con los que se representó el palacio de Tebas. Con la ayuda de mis diligentes compañeras y profesoras crearon el vestuario que debía transportarnos más de veinte siglos en el tiempo. Otro grupo de entusiastas educadoras del colegio conformaron el “coro de ancianos”, con entusiasmo, entrega y mucho humor. Dato curioso, los papeles protagónicos de Antígona y Creonte, fueron interpretados por jóvenes que no pertenecieron a la promoción. Arturo seleccionó a Claudia Canales (promoción 1982) y a Ronny Barrantes (promoción 1980) por sus innatos talentos para las tablas. Ambos ejecutaron una magnífica e inolvidable interpretación. No me olvido de mis queridos compañeros de elenco quienes con arrojo (hay que tener valor para lanzarse a un escenario), responsabilidad y compromiso, actuaron magníficamente.
Sin temor, puedo afirmar que la participación en Antígona significó mucho para mí. Arturo me enseñó importantes técnicas de actuación, impostación de voz, dominio escénico y movimientos (tuve que luchar mucho contra mis naturales y alocados movimientos de ojos). Con esa experiencia y aprendizaje, aquel mismo año Arturo me confió el papel de Moisés, en una simpática obra de cierre del año escolar. Al año siguiente ingresé a la Escuela de Oficiales de la FAP y para mi sorpresa, Arturo solicitó mi actuación en una obra basada en la vida del héroe José Quiñones. Con el respectivo permiso de la superioridad pude asistir a los numerosos ensayos, meses en los que pude mezclar dos actividades aparentemente contradictorias: el arte y la milicia. En aquel espectáculo, Arturo terminó de moldear mis humildes habilidades histriónicas, regalándome una gran herramienta para la vida: el aplomo y el dominio de la escena.
Algunos detalles se desvanecen en el polvo del recuerdo, por eso quisiera dar paso a mis viejos compañeros de escena para que, con su testimonio, complementen este homenaje a Arturo Villacorta

CLAUDIA CANALES (Antígona).
Es difícil evocar los lejanos recuerdos de la obra Antígona, que se remontan tantos años atrás. Sin embargo, los que subsisten constituyen gratos momentos guardados con nostalgia; la oportunidad única, donde un grupo de alumnos escolares nos transformamos en actores, bajo la dirección de un gran artista como lo fue nuestro profesor Arturo Villacorta. Ha sido una increíble sorpresa encontrar la cajita, de esas que las chicas guardamos celosamente cuando atravesamos la adolescencia, en la que intenté preservar mis mejores recuerdos. Y allí estaba, el guion de la obra Antígona, el mismo que me dio el profesor Villacorta. Recuerdo cando me dijo: “Apréndelo. Practícalo hasta que lo sepas de memoria”.
Días antes me había preguntado si quería participar en una obra, y yo feliz dije que sí, era la única de cuarto de secundaria a la que había escogido. Con el guion ya en mis manos el miedo se apoderó de mí. Recién me percaté de que el vocabulario, la sintaxis y las expresiones eran de otra época, de tiempos desconocidos y nada familiares. No quedó otra que aprendérselo de memoria.
Recuerdo que hicimos varios ensayos bajo la permanente dirección de Arturo, enseñando, exigiendo y perfeccionándonos a cada momento, enseñándonos a hablar claro y fuerte, ya que la presentación de la obra sería en nuestro pequeño auditorio del colegio, sin otra ayuda que nuestras desacostumbradas gargantas. “¡No sonrían! —nos decía— ¡esta es una tragedia!”. Ensayamos y ensayamos hasta que nos aprendimos los parlamentos. El día de la actuación, estábamos vestidos con ropa de la época hecha de grueso yute teñido. Maikiti (Ismena) y yo nos maquillamos para vernos mejor, y el profesor Villacorta nos dijo con voz de trueno: —¡no están yendo a ninguna fiesta!, se supone que están sufriendo. ¡Quítense ese maquillaje de inmediato!— Se han borrado muchos recuerdos de la presentación en sí, posiblemente por la gran presión a la que estábamos sometidos; pero si me acuerdo de que, al final, una vez consumado la representación, nos aplaudieron muchísimo. Esa obra fue un momento importante en mi vida. Aprendí a tener disciplina, a trabajar en grupo, a compartir momentos y a expresarme sin miedo. Es el hermoso legado del profesor Villacorta. A través de su arte nos regaló, a todos los que tuvimos la fortuna de tenerlo en el colegio, el don de la expresión y exteriorizar, sin miedo, lo mejor que tenemos en nosotros. Antígona no fue lo único que hizo, él estuvo detrás de cada actuación del día de la madre o de navidad y de muchas más.

MARÍA CRISTINA “MAIKITI” ALEGRE (Ismena)
Al recordar nuestra época de colegio, siempre se nos viene a la mente momentos agradables, tanto lo deportivo como lo artístico. Las actuaciones que realizaba el “Maestro”, Profesor Arturo Villacorta y su equipo de complemento, dirigiendo a las tutoras desde primer grado a sexto grado de primaria para organizar a todos los alumnos, exigiendo que todos participen en las funciones, de la celebración por el Día de la Madre, las Olimpiadas y las de Navidad, que eran espectaculares.
Con presentaciones musicales, bailes del Perú y del Mundo, evocando todas las épocas, como la escenificación de la Creación del Mundo, pasajes bíblicos; todo un reto puesto en escena, increíble el manejo de las luces y sonido, ni que decir de los cambios de escenario. Llegué a 5to de secundaria, después de participar por años en los musicales, el “Maestro” nos reunió a un grupo de la promoción 81 para proponernos una presentación de teatro, invitando a Ronny de la promoción 80 (exalumno) y a Claudia de la promoción 82. ¡Qué tal reto que nos propuso! ¡“Antígona”, una tragedia griega! Por primera vez enfrentamos al público externo, aprendimos el guion y declamamos utilizando nuestra sola fuerza de voz para interpretar un drama griego. Lo que más me impactó fue el vestuario, compuesto por vestidos de yute teñido, los mismos que con los juegos de luces, parecían trajes de terciopelo, los trajes de los guardias, las túnicas de los personajes de esa época. También la participación de las profesoras en el coro que fueron el complemento ideal de la obra.
Una anécdota: mis hermanos menores se quedaban junto a mí fuera de hora de clases, mientras ensayábamos. Es así, cómo el profesor que andaba en la búsqueda de un niño para que hiciera el papel del lazarillo para acompañar a José Quiróz (el anciano Tiresias) que interpretó al sabio ciego del pueblo. De entre los niños, escogió a mi hermano Miguel, de 1er grado de primaria, quien terminaba todo sucio y sudoroso después de jugar en el patio. El día de la actuación, el profesor le indicó a mi mami: “—Sra. Cristina, no lo vaya a bañar, su interpretación es de un niño pobre del pueblo, así con su olor de niño sucio está perfecto—”. Llegó el día del estreno, yo interpreté a Ismena, la hermana de Antígona, a quien trataba de disuadir para que no desafíe la ley del orden cívico y lo divino, por rendir honores a su hermano muerto quien era considerado un traidor; desafío que, finalmente, la llevó a la muerte.
La confianza que tuvo el profesor Arturo con nosotros fue única; se sentía orgulloso cuando terminaba la presentación de la obra y al recibir el aplauso de un auditorio lleno, durante tres noches; hermosa experiencia que siempre recordaremos con satisfacción de nuestra etapa escolar. El legado del profesor Arturo nos enseña que, en la vida hay que aceptar los diferentes retos, demostrando que somos capaces de afrontar con éxito lo que nos proponemos con disciplina y preparación.
Gracias a todos los compañeros que participaron en la obra griega, profesoras, personal administrativo y de complemento, a nuestra familia que nos apoyaron, gracias hasta el cielo “Profe” Arturo, “El Maestro”.

RONNY BARRANTES ANGULO (Creonte)
En un par de semanas se cumple un año de la lamentable partida de Arturo, acaecida el 19 de diciembre de 2023, a solo cuatro días de cumplir años (23 de diciembre). Recuerdo a Arturo con mucho cariño; siempre tuvimos un aprecio mutuo, desde que yo estaba en primaria y él era el jefe del Departamento de Transportes, encargado de los autos y buses del colegio. Algunos años después, le asignaron dictar el curso de Educación Artística. Recuerdo que llevaba su tocadiscos portátil a clase y nos ponía discos de música clásica. “Fantasía”, de Disney, era su preferido. En aquel entonces, él no tenía relación directa con las actuaciones escolares. Una vez me confesó que, al ver las actuaciones, sentía impotencia por no poder aplicar lo que sabía. No quería hacer sentir mal a los profesores a cargo, quienes, a pesar de su buena voluntad, no tenían el conocimiento ni la técnica suficientes para presentar una producción profesional. Paralelamente, Arturo era actor profesional y también profesor de Teatro en la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático en La Cabaña, donde llegó a ser su director. Además, fue un destacado creador de máscaras y títeres, reconocido tanto en el Perú como en Latinoamérica, y un experto en maquillaje de caracterización. Arturo participó profesionalmente en innumerables obras teatrales, las cuales yo seguía atentamente. Sabía de mi afición por el teatro, así que siempre invitaba a mi mamá y a mí cada vez que estrenaba una nueva obra. También recuerdo que llevó al colegio, junto con sus colegas actores, la obra “El Tinglado de Antón Perulero”, un compendio de las escenas más destacadas de las mejores obras del teatro peruano.
El gran cambio en las actuaciones escolares ocurrió cuando Arturo asumió la dirección de estas, especialmente las del Día de la Madre y las de fin de año. Desde ese momento, y lo digo sin temor a equivocarme, las actuaciones del COLQUI se convirtieron en los mejores espectáculos escolares a nivel nacional. Esto no solo se debía a la participación masiva de todo el colegio (alumnos y profesores), sino también a la tecnología y efectos especiales que Arturo utilizaba para las producciones. Para la época, era algo nunca visto, al menos en el ámbito escolar. Participé en todas las actuaciones, y como exalumno también estuve involucrado, a veces actuando y otras apoyando en sonido y grabaciones. Recuerdo que Arturo nos entregaba la música que quería utilizar, y luego las grabaciones y la edición las hacíamos en mi casa junto con Miss Hortensia Pretel, encargada de la Biblioteca. También me ocupaba de controlar el sonido durante las actuaciones. La “hora de la verdad” llegó cuando en una ocasión, Arturo me propuso asumir un papel en la obra que estaba montando con la Promoción 81: una adaptación de la tragedia griega Antígona de Sófocles. Esta vez no se trataba de un espectáculo masivo, sino de una obra de teatro real y en vivo, sin ayuda de micrófonos ni grabaciones. Recuerdo que el entrenamiento fue arduo: muchas noches y fines de semana ensayando en el auditorio del colegio antiguo hasta que mi papel saliera perfecto.
Arturo era muy perfeccionista y estricto. Varias veces me “gritó como a un hijo” hasta que lograra la expresión corporal, el tono e impostación correctos para mi personaje. Él no quería que fuera una presentación escolar más; quería darle un nivel profesional a la producción. ¡Y lo logró con creces! Cada uno de los personajes hizo un trabajo espectacular. Tanto los roles protagónicos como los secundarios fueron de una calidad excepcional.
Arturo no solo fue un profesor muy querido, sino también un gran amigo. Nuestra amistad trascendió más allá de las aulas. Fue un buen consejero, siempre con las palabras adecuadas para cada ocasión. Su recuerdo, sus enseñanzas y sus lecciones perdurarán siempre en mi corazón.
Descansa en paz, querido maestro y amigo.
REPARTO
La puesta en escena representó el trabajo de decenas de personas entre compañeros, profesores y personal administrativo del colegio. Nuestro sincero homenaje a todos ellos.



SOBRE LA OBRA


DRAMATIS PERSONAE
- Antígona – Hija de Edipo y Yocasta
- Ismena- Hermana de Antígona
- Creonte – Rey de Tebas, hermano de Yocasta.
- Eurídice – Esposa de Creonte.
- Hemón – Hijo de Creonte.
- Tiresias – Ciego anciano adivino. Un Guarda.
- Un Mensajero, que llega del campo y
- otro Mensajero, que sale del palacio.
- CORO DE ANCIANOS – Nobles de tebas presididos por El Corifeo.
GUION ORIGINAL DE LA OBRA
La escena representa el espacio descubierto que hay frente al palacio de los reyes de tebas. Por la puertacentral del palacio han de salir solamente los soberanos, por la de la izquierda saldrán las mujeres. En el centro dela escena hay un ara de piedra que lleva esculpido un dragón. Amanece.
Del palacio sale Ismena que es esperada por Antígona.

ANTÍGONA: Ismena, hermana mía, dime si tú conoces alguno de los males de que Edipo fue causa que no nos mande Zeus durante nuestra vida. No hay dolor ni deshonra, vergüenza ni desgracia que no haya contemplado entre las penas tuyas y las mías. Qué edicto es este que Creonte ha hecho pregonar, según dicen, en toda la ciudad. ¿Lo has oído? ¿O se te oculta acaso que se van preparando males a los amigos tal como si ellos fueran Los propios enemigos?
ISMENA: Agradable o penosa, Antígona, no tuve noticia alguna de ellos. Desde cuando privadas quedamos en un día de nuestros dos hermanos, perecidos los dos por recíproco crimen; desde que huyó la noche y huyeron los argivos, aún no sé si llamarme feliz o desdichada.
ANTIGONA: Bien lo sabía y por eso aquí te hice venir para que así me oyeras fuera de aquellas puertas.
ISMENA: ¿Qué tienes? Tú demuestras que un dolor te atormenta.
ANTIGONA: ¿No ha honrado con la tumba Creonte acaso aún, a uno solo y no al otro de los hermanos nuestros? Siguiendo, según dice, con justicia y el derecho y la ley, bajo tierra al solo Etéocles puso para que honrado fuera por las almas de abajo; al contrario, el cadáver de nuestro Polinice, ha ordenado, me dicen, que no sea enterrado y que insepulto quede y que nadie lo llore a fin de que, sin llanto y sin sepulcro sea dulce tesoro para los pájaros que acechan buscando su alimento; esto me ha sido dicho. Así Creonte, el bueno, a ti y a mí ¿me entiendes? También a mí, me ha hecho avisar claramente; a recordarlo a quienes no lo sepan para que nadie tenga sus órdenes en menos; quien se atreva a hacerlo la muerte sea dada y sea lapidado en la ciudad. Las cosas están así y en breve mostrarás si eres hija generosa o villana de tu noble linaje.
ISMENA: Infeliz, dime entonces, ¿si me resuelvo a hacerlo cómo puedo ayudarte en estas circunstancias?
ANTIGONA: Si quieres secundarme piénsalo bien, hermana.
ISMENA: ¿A qué peligros corres con locos pensamientos?
ANTIGONA: ¿Con estas manos tuyas, enterrarás su cuerpo?
ISMENA: ¿Tú quieres enterrarlo, aunque está prohibido?
ANTIGONA: No habré de permitir que traidora me llamen; aunque tú no lo quieras, era tu hermano y el mío.
ISMENA: Pertinaz, ¿tú pretendes rebelarte a Creonte?
ANTIGONA: No le será posible arrancarme a los míos.
ISMENA: Ay, hermana, recuerda al desdichado padre, muerto para nosotras, que, con sus propias manos, los ojos se arrancó por las terribles culpas que él mismo descubriera. Recuerda nuestra madre, que llevó doble nombre de madre y de consorte, se quitó la vida con un trenzado lazo. recuerda la tercera desdicha: ambos hermanos que en un día murieron, infelices, cumpliendo con recíproca mano su espantoso destino. Piensa ahora en nosotras, que tan solas quedamos, cómo pereceremos, de qué horrible manera, Si el poder y la orden de Creonte desprecias. Preciso es recordar que nacimos mujeres, cómo será posible luchar contra los hombres. Pues ya que los más fuertes son quienes nos gobiernan, es mejor que las leyes respetemos, aunque sean mucho más duras. Yo, por mi parte, pido perdón a nuestros muertos, ya que la ley me obliga, y así a los poderosos me inclinaré obediente. Qué necedad seria intentar lo imposible.

ANTIGONA: No quiero más rogarte que compartas mi obra pues ni, aunque quisieras, me harías cosa grata. Quédate donde quieras, Yo enterraré a mi hermano. Bella será la muerte, si será por hacerlo; amada yaceré junto al hermano amado, de santo crimen rea. Mucho más tiempo debo ser grata a los de abajo que a los que arriba viven; a su lado allá abajo yaceré eternamente. Desprecias si prefieres las leyes de los dioses.
ISMENA: Yo no desprecio o nadie, pero me siento débil para violar las órdenes de toda la ciudad.
ANTÍGONA: Tú tal vez seguirás aduciendo pretextos y yo iré a preparar la tumba de mi hermano.
ISMENA: Ay de mí, cuanto me siento, infeliz, por tu suerte.
ANTIGONA: Piensa solo en salvarte, no te ocupes de mí.
ISMENA: Nada digas a nadie de esta cosa funesta; celosamente ocúltala, que lo mismo haré yo.
ANTIGONA: No. Prefiero que hables, más odiosa serías si el silencio guardas que anunciándolo a todos.
ISMENA: Lo que el alma me hiela, te inflama el corazón.
ANTIGONA: Pero sé que soy grata a quienes debo serlo…
ISMENA: … Si es que logras tu intento, más buscas lo imposible.
ANTIGONA: Solo he de detenerme cuando esté ya sin vida.
ISMENA: De ningún modo es bueno perseguir lo imposible.
ANTIGONA: Si tal dices, odiada de mí misma serás y también, con justicia, del hermano difunto. Déjanos a mí y a este insano proyecto padecer tal horror; no habrás de convencerme de que no sea bello este bello morir.
ISMENA: Vete si así lo deseas, pero quiero que sepas que el amor de los tuyos insensata te hace.
(ANTÍGONA e ISMENA se retiran. ANTÍGONA se aleja; ISMENA entra al palacio. El CORO, compuesto de ancianos de Tebas, entra y saluda lo primero al Sol naciente.)

CORO: Oh rayo del sol que aparece, llegaste por fin, y al Argivo de blancos escudos, llegando con todas sus armas, en fuga le hiciste volver. A nuestra comarca excitado llegó por ambiguas querellas, aquí le arrastró Polinice.
Estaban los Siete de frente a las puertas, y en orden, de iguales contra iguales, dejaron a Zeus sus armas de bronce por bello trofeo, y solo los dos infelices que el padre y la madre tuvieron comunes, trabándose entre ellos la lucha, el triunfo a su lanza dieron y muerte común por destino alcanzaron.
Llegó la gloriosa victoria. Después de la lucha, conviene buscar el olvido.
CORIFEO: He aquí que se acerca a nosotros Creonte, el rey de Meneceo, por lo que ahora gobierna después de los nuevos sucesos que mandan los dioses. Su mente a qué puerto dirige que ya a parlamento el concejo convoca y aquí nos reúne.
(Entra CREONTE con numeroso séquito).

CREONTE: Señores, firmemente los dioses ya enderezan la ciudad sacudida por recia tempestad. Solamente a vosotros os convoque entre todos sabedor de que siempre venerasteis del trono de Edipo el gran poder. Cuando el misero Edipo rescató la ciudad, y también de su muerte, cuando el mando dejó de su reino, a sus hijos seguisteis siendo fieles en vuestro pensamiento. Ya que en un solo instante un destino fatal les hizo perecer al alzar cada uno sobre su mismo hermano la mano envenenada; por ser el más cercano pariente de ambos muertos me corresponde el trono de Tebas y el poder.
Pero ni la intención ni el alma, ni la mente conócese del hombre antes de que nos muestre como entiende las leyes y aplica sus preceptos. por lo que a mí concierne, yo creo que cualquiera que reine en la ciudad, pero a buenos consejos no se atenga y, por miedo, muda tenga su lengua, ha sido y será siempre el hombre más funesto.
Y aún más: quien prefiera un amigo a su patria es un hombre que nada vale ya en mi concepto. Yo en efecto, y que Zeus el vidente lo sepa jamás me callaría si viera la desgracia llegar a esta ciudad en lugar de su dicha; y a un hombre no tendría por amigo si fuera de esta tierra enemigo, pues pienso que la patria será la qué. nos salve y que, con buen gobierno, nos haremos de más amigos.
Engrandecer yo quiero la ciudad al amparo de estas leyes. Ahora, a todo ciudadano he dirigido un bando severo que concierne a ambos hijos de Edipo, a Etéocles. caído luchando por su tierra, cuando por su valor sobrepujaba a todos, se le dé sepultura y todas las ofrendas que en la tierra penetran consagradas le sean como a ilustre difunto, pero a su consanguíneo a Polinice, digo, que volvió del destierro para arrasar con su tierra nativa de alto abajo para quemar sus dioses, para beber la sangre de sus mismos hermanos y hacer de ellos esclavos; a éste se le prohíbe que la ciudad le honre con sepultura alguna, y que nadie le llore. Que su cuerpo insepulto repugnante a la vista pueda ser devorado por buitres y por perros. Mi decisión es esta, y jamás los malvados recibirán honores en lugar de los justos.
Honrado será tanto en vida como en muerte solo aquel que demuestre amor por la ciudad.

CORIFEO: Esa es tu opinión, hijo de Meneceo, respecto a los aliados y enemigos de Tebas puede ser tu derecho imponer cualquier ley a los que ya murieron y a los que aun vivimos.
CREONTE: Quiero que procuréis que se cumplan mis órdenes.
CORIFEO: Encarga a uno que sea más joven que nosotros.
CREONTE: Preparados ya están del cadáver los guardas.
CORIFEO: ¿Qué otra cosa deseas de nosotros, Creonte?
CREONTE: Que con los transgresores no seáis indulgentes.
CORIFEO: No hay quien sea tan necio para buscar la muerte…
CREONTE: … y por tal recompensa, pero pierde a menudo a la humana progenie la esperanza de lucro.
(Llega un GUARDIA, uno de los colocados cerca del cadáver de Polinice. Después de muchas vacilaciones, se decide a hablar).

GUARDIA: Señor no te diré que vengo por la prisa con el pecho anhelante moviendo el pie ligero, ya que, por el camino, en vueltas y revueltas, reflexionando mucho, muchas paradas hice; y mi alma mucho habla y hablando, me decía: Infeliz, por qué corres, si apenas ahí llegues tú serás quien la pague —¡desdichado! — ¿y te paras? ¿Si Creonte viniera a saberlo de otro no habría de dolerte? Tardé por el camino dando vueltas a esto, y así un camino breve me hizo hacer el viaje largo. Al fin venció la idea de llegar hasta ti. Nada puedo decirte; hablaré, sin embargo, asido a la esperanza de poder sufrir solo lo que quiera mi suerte.
CREONTE: ¿Y qué es lo que te infunde este gran desaliento?
GUARDIA: Quiero hablarte primero de cuánto me concierne: Ya que no es mi obra el hecho, ni hemos visto al hechor, no podría ser justo que incurriera en castigos.
CREONTE: Muy a tientas procedes, te ocultas con redes, ¿es algo nuevo acaso lo que quieres decirme?
GUARDIA: Claro está, malas nuevas, y hay que pensarlo mucho.
CREONTE: ¿Lo dirás de una vez y te irás enseguida?
GUARDIA: Te lo diré: hace poco alguien llegó hasta el muerto, lo enterró y se fugó; la piel del árido polvo le salpicó, cumpliendo los ritos.
CREONTE: ¿Qué dices, y qué hombre a tanto se ha atrevido?

GUARDIA: No lo sé. Ni una huella, ni rastro se veía de pala o azadón; dura y seca la tierra estaba y no mostraba grieta o surco de ruedas, el autor de este crimen huyó y no dejó rastro. Cuando al llegar el día, el primer centinela nos lo mostró, tuvimos bien penosa sorpresa. Invisible era el muerto, sin estar enterrado; una capa ligera de polvo parecía cubrirlo, con el fin de evitar sacrilegios. De perros o de fieras no se veían señas, destrozado no estaba. Agrias voces se oyeron de unos contra otros, entre ellos se acusaban los guardianes, y a golpes habría terminado la cosa, que ninguno podía detenernos; cada uno podía haber sido el hechor y todos lo negaban. preparados estábamos a asir hierros candentes, a marchar por el fuego, a jurar por los dioses que nada habíamos hecho, que cómplices no éramos del autor del delito o de quien lo inspirara. Cuanto ya no servía seguir investigando, alguien habla y nos hace inclinar la cabeza hasta el suelo de espanto. Replicar no podíamos, ni hacer lo que él decía, de nada ya sirviera: había que decírtelo, no había que ocultarlo, y así se decidió. Ay, a mí, desdichado, me condeno la suerte; a pesar tuyo y mío he llegado hasta ti. Nadie ama al mensajero de las malas noticias.

CORIFEO: Señor, desde hace tiempo tengo un presentimiento que me dice que esto es la obra de algún dios.
CREONTE: Calla, antes que de ira me llenen tus palabras, no sea que te encuentre tan viejo como imbécil. Insufrible lenguaje es el tuyo al decir que podían los dioses cuidarse de ese muerto, ¿tal vez para ensalzarlo como un benefactor los dioses sepultaron a quien vino a quemar sus templos, sus columnas, sus sagradas ofrendas, nuestra tierra, que es de ellos, y a quebrantar las leyes? ¿Ves acaso a los dioses honrando a los malvados? No, no hay tal. Lo que hay, en cambio, es que los hombres de la ciudad, desde hace ya muchísimo tiempo, soportándome apenas, contra mí murmuraban, movían la cabeza, sin soportar el yugo y sin reverenciarme como era su deber. Un delito tan grave cometisteis vosotros sobornados por estos, que conozco muy bien.
Nunca hubo entre los hombres invención más dañina que el dinero, porque éste corrompe a las ciudades, a los hombres destierra de sus casas tranquilas, los empuja hacia el mal, y sus mentes honradas perturba y encamina a acciones deshonestas; fue el maestro del hombre en todas sus perfidias de toda canallada le dio el conocimiento. Mas quienes por dinero llevaron esto a efecto su pena han de pagar, más tarde o más temprano. Pero, así como es cierto que a Zeus yo venero, habéis de saber bien, y un juramento os hago, que quien con sus manos a ese muerto ha enterrado no encontráis, y traéis ante mis mismos ojos, no será suficiente que paguéis con la muerte, porque en vida, y colgados, diréis quién fue el hechor para que así sepáis que de ahora en adelante que no habéis de buscar ganancia en cualquier cosa: son más aquellos los hombres que han hallado su ruina en lugar de fortunas por ganancias injustas.
GUARDIA: ¿Me permites hablar?
CREONTE: ¿No sabes que tu voz se me hace insoportable?
GUARDIA: ¿Molesta tus oídos o te muerde en el alma?
CREONTE: ¿Por qué averiguas tanto?
GUARDIA: Aflige tu alma el crimen, yo sólo tus oídos.
CREONTE: Ay de mí.
GUARDIA: Por lo menos no soy yo el autor de este crimen.
CREONTE: Me parece que el alma vendiste por dinero.
GUARDIA: Ay, qué mal que te parezca un falso parecer.
CREONTE: Juegas con las palabras, pero si no me encuentras a los que hicieron esto, tendrás que proclamar que una ganancia infame sólo trae perjuicios.
GUARDIA: Ojalá que los encuentren, más nunca habrán de volver a vernos por aquí.
(El GUARDIA se retira).(PRIMER CANTO ALREDEDOR DEL ARA)
ESTROFA I
CORO: Inmensos prodigios existen, ninguno es más grande que el hombre. A través de los blancos océanos, él viaja surcando las olas profundas, rugientes y la tierra incorrupta, sin cansarse, fatiga y vuelve cada día guiando el arado que arrastran sus mulas.
ANTIESTROFA I
CORO: Rodea, captura y encierra la estirpe de pájaros leves, y el rebaño de bestias salvajes, y el linaje que puebla los mares, al hirsuto caballo subyuga, y al toro que pace en los montes.
ESTROFA II
CORO: La lengua, el veloz pensamiento, la fuerza de leyes ciudadana aprendió.
(Llega de nuevo el GUARDIA trayendo atada a ANTÍGONA).

CORIFEO: El extraño portento que admiro confundido me deja y, en verdad, de qué modo podría negarlo, ¿que no es ella la joven Antígona? Oh, infeliz, tú, nacida de un misero padre, de Edipo. ¿Qué sucede? ¿No es tal vez por rebelde a las órdenes regias que aquí te conducen, sorprendida en tamaña locura?
GUARDIA: Aquí tenéis a aquella que es autora del crimen, enterrando el cadáver la hallamos, ¿y Creonte?
CORIFEO: Del palacio ya vuelve y muy a tiempo llega.
(Llega Creonte).
CREONTE: ¿Qué ocurre, y por cuál suerte llego tan oportuno?
GUARDIA: Señor, a los mortales no es licito jurar, la reflexión desmiente nuestra opinión primera. Ya casi no esperaba regresar por aquí pues, con tus amenazas, turbado me dejaste. Pero si la alegría rebasa la esperanza otro placer no existe que la pueda igualar. Aquí vuelvo, a pesar de que jure no hacerlo y traigo a esta doncella que sorprendí enterrando y arreglando el cadáver. No fue esta vez sorteo: la fortuna fue mía y de nadie más. Ahora, señor mío, has de ella lo que gustes: júzgala y averigua. De todos estos males es justo que también yo libre al fin me vea.
CREONTE: Pero, a ésta que traes, ¿dónde y cómo la hallaste?
GUARDIA: Enterraba el cadáver. Todo sabes ahora.
CREONTE: ¿Comprendes lo que dices? ¿Has dicho lo verdad?

GUARDIA: Así ocurrió la cosa: cuando ella nos volvimos cargadas ya de tantas terribles amenazas, barrimos todo el polvo que cubría el cadáver y el cuerpo putrescente dejamos bien desnudo. Sentados al abrigo del viento en la colina, tratando de evitar el hedor del cadáver, cada uno incitaba con violentas palabras al propio camarada a que no descuidara. Largo tiempo pasó, pero cuando en el centro del cielo se detuvo del sol la esfera ardiente y abrasaba el calor, en ese mismo instante, de tierra un torbellino cual celeste flagelo los campos invadió; despojó de sus hojas los árboles del llano; del cielo sus espacios con su polvo llenaron. Con los ojos cerrados el divino furor soportamos y cuando liberados quedamos después de lago tiempo, esta niña fue vista dando agudos lamentos, corno ave dolida que ve vacío el nido cuna de sus polluelos. Ella también, al ver descubierto el cadáver, lanzó tristes gemidos y horribles maldiciones contra quien eso hiciera. Después, árido polvo esparce con sus manos y levantando un cántaro de bronce bien forjado, con triples libaciones ella corona. Al ver esto nosotros, fuimos a capturarla y logramos prenderla sin que ella se turbara; le reprochamos cuanto hizo antes entonces, más ella muy tranquila quedose, sin negarlo, al mismo tiempo pena y alegría me daba: salvarse del castigo es siempre más grato y arrastrar a un amigo es lo más doloroso que existe. Sin embargo, es también natural que nada, al fin, me importe más que mi salvación.
CREONTE: Tú, que inclinas la frente hasta el suelo, confiesas que enterraste a tu hermano, ¿o pretendes negarlo?
ANTIGONA: Confieso haberlo hecho, no pretendo negarlo.

CREONTE: Puedes irte si quieres: la grave acusación que sobre ti pesaba no existe y quedas libre (dirigiéndose al guardia).
(El Guardia se retira)
Tú, en cambio dime en breve, no con muchas palabras, ¿no sabías acaso que estaba prohibido?
ANTIGONA: Cierto y ¿cómo ignorarlo si era público el bando?
CREONTE: ¿Y sin embargo osaste violar leyes como estas?
ANTIGONA: No fue por cierto Zeus quien impuso estas leyes, tampoco la justicia que vive con los dioses del Hades, esas leyes a los hombres dictaron. No creí que tus bandos tanta fuerza tuvieran para que, en gracia de ellos, pudieran los mortales quebrantar de los dioses esas leyes no escritas e infalibles. No rigen ni de hoy ni de ayer: son eternas; y nadie sabe cuándo nacieron. No habré yo de violarlas por el temor de nadie para exponerme al justo castigo de los dioses. Muy bien conocía mi destino mortal aun sin tus pregones. Si antes de tiempo muero por ganancias lo tengo, pues quien, como yo, que vive entre tanta desgracia, ¿cómo no ha de encontrar que es ganancia la muerte? Tomar de mi destino esa parte que es mía, no es si un dolor para mí. Al contrario, si hubiese tolerado que insepulto quedara el hijo de mi madre, de aquello me doliera: de esto nada me aflige. Si, ahora, te parece necedad lo que hice, tal vez tan sólo un necio me acusa de ser necia.
CORIFEO: Hija tenaz de un padre de carácter tenaz demuestro que no sabe rendirse a las desgracias.
CREONTE: Pues bien has de saber que el carácter más duro cede más fácilmente, y, a menudo verás que el acero más fuerte, al calor de la llama cocido y bien templado, se rompe y despedaza. Sé muy bien que se doman con bocado pequeño los potros más furiosos; no se muestre altanero quien está sometido a voluntad ajena. Ella muy bien sabía que violencia proterva era la suya contra la ley establecida; es protervia también que, después de delito, se ensoberbezca y ría de haberlo cometido. Ahora, no sería yo el hombre, sino ella, si se dejara impune violencia semejante. Aun siendo de mi hermana la hija, y aunque fuera pariente más cercana que aquellos que en mi hogar a Júpiter veneran evitarán las penas más grandes. También esa es culpable como esta, de haberlo sepultado.
Llamadla, hace muy poco que allá dentro la vi poseída de rabia, sin poder dominarse. Porque el alma de aquellos que tortuosas infamias oscuramente traman, revelar el delito antes de que se descubra. Mi odio a quien, sorprendido en su crimen, lo adorne con hermosas palabras.
ANTÍGONA: ¿Deseas algo más que prenderme y matarme?

CREONTE: Nada más, en verdad. Todo tengo con eso.
ANTÍGONA: Pues entonces, ¿qué esperas? Nada hay en tus palabras que sea de mi agrado o jamás pueda serlo; tampoco mis acciones te pueden complacer; sin embargo, que gloria más fúlgida podría alcanzar yo jamás que si doy sepultura a mi hermano. Estos mismos, si el miedo no trabara su lengua, te dirían que lo hecho es de su agrado. Goza la tiranía entre tantas ventajas, de poder decir siempre y hacer cuanto le agrada.
CREONTE: De todos los tebanos, tú sola así lo ves.
ANTIGONA: Esto lo ven también y por temor se callan.
CREONTE: ¿Y tú no te avergüenzas de disentir de éstos?
ANTIGONA: No hay porque avergonzarse de honrar así a mi hermano.
CREONTE: ¿Y acaso no lo era el que murió frente a él?
ANTÍGONA: Hijo del mismo padre y de una sola madre.
CREONTE: ¿Por qué rindes a aquel tan impíos honores?
ANTIGONA: No vendré a protestar el cadáver de Etéocles.
CREONTE: Sí, porque de igual modo tú honras al impío.
ANTÍGONA: Al morir, no su esclavo, sino su hermano era.
CREONTE: Que devastaba el suelo que el otro defendía.
ANTIGONA: Para todas las leyes del Hades son iguales.
CREONTE: Pero no otorga al bueno premio igual que al malvado.
ANTIGONA: ¿Quién sabe si allá abajo son santas estas leyes?
CREONTE: Jamás un enemigo, ni muerto será amigo.
ANTIGONA: No a compartir el odio nací, sino el amor.
CREONTE: Cuando llegues al Hades, a los que allí se encuentran amarás, ya que debes amar, pero en mi vida permitiré que en Tebas nos mande una mujer.
CORIFEO: Ya se encuentra en las puertas Ismena, que por la hermana su llanto derrama de amor; esa nube que cubre su frente le afea el semblante inflamado y mojada su hermosa mejilla.
(Ingresa Ismena entre dos esclavos).
CREONTE: Tú, la que en mi palacio oculta como víbora me chupabas la sangre, y, sin que yo supiera que criaba a rebeldes contra mí mismo trono; ¡vamos! ¡habla! ¡confiesa que también eres cómplice de este entierro sacrílego! ¿o juras que lo ignoras?

ISMENA: Yo también soy su cómplice, siempre que ello me acepte; de los hechos participo, igual que de su culpa.
ANTIGONA: La justicia no habrá de dejar que lo seas; ni en ello consentiste, ni dejé que lo hicieras.
ISMENA: En tus males, hermana, no hay nada que me impido compartir tus peligros y ser tu compañera.
ANTIGONA: Nuestros muertos y el Hades conocen bien las cosas; quien solo de palabra me ama, no es mi amiga.
ISMENA: Hermana, no me juzgues indigna de morir contigo y de rendir tributo a nuestro hermano.
ANTIGONA: No compartas mi muerte ni trates de apropiarte de lo que no tocaste: bastará que yo muera.
ISMENA: ¿Y privada de ti, de qué sirve lo vida?
ANTÍGONA: Pregúntale a Creonte, a quien tanto defiendes.
ISMENA: ¿Por qué de mi te burlas si de nada te sirve?
ANTIGONA: Si me burlo de ti, harto sufro al hacerlo.
ISMENA: ¿No puedo por lo menos serte útil en algo?
ANTÍGONA: Ponte en salvo tú misma, no envidio que te libres.
ISMENA: Ay, infeliz de mí, no gozaré tu suerte.
ANTÍGONA: Tú escogiste la vida, yo preferí morir.
ISMENA: Mas no dejé por eso de decir mis razones.
ANTÍGONA: Por buenas las tuviste, yo preferí las mías.
ISMENA: Yo también tuve parte, igual fue nuestro error.

ANTIGONA: Ten ánimo, tú vives, pero mi alma haca tiempo que murió, y a los muertos sólo puede servir.
CREONTE: Una de estas muchachas acaba de enloquecer y la otra enloqueció desde que nació.
ISMENA: La razón que traemos al nacer no subsiste Creonte y abandona al que vive entre desgracias.
CREONTE: …como a ti que escogiste ser mala con los malos.
ISMENA: Sola, sin ella, ¿Cómo vida habrá para mí?
CREONTE: Ya no existe y no tienes para qué hablarme de ella.
ISMENA: Das la muerte a la esposa prometida del tu hijo.
CREONTE: Hay también otros surcos que se pueden sembrar.
ISMENA: No es eso ciertamente lo que a ellos conviene.
CREONTE: Malas hembras no quiero por mujer de mis hijos
ISMENA: Oh, cuánto, amado Hemón, te ofende así tu padre.
CREONTE: Ya tú y tu matrimonio me tenéis fastidiado.
CORIFEO: ¿Privarías al hijo de hacerla su mujer?
CREONTE: El Hades será quien me libre de estas bodas.
CORIFEO: Y tienes decidido, parece, que ella muera.
CREONTE: Decidí con vosotros, y no haya más demora. Llevadlas allá adentro, y que sean atadas de ahora en adelante; la libertad quitadles: aún la gente atrevida suele huir cuando ve acercarse la muerte y de su vida el término.
(Los soldados se llevan a ANTÍGONA e ISMENA. Queda CREONTE).

(SEGUNDO CANTO ALREDEDOR DEL ARA)
ESTROFA I
CORO: Felices los que el mal nunca probaron. Si los dioses sacuden una casa no habrá calamidad que no repte por encima de todo su linaje. Ya desde mucho tiempo se acumulan en la casa de Lábdaco pesares lo errabunda esperanza que a muchos mortales es útil, a otros de vanos anhelos les trae el engaño; ciertamente de un sabio esta célebre máxima viene: suele el mal parecer una dicha a aquel hombre cuya mente los dioses perturbaron y poco más ignorará el dolor.
(Hemón ingresa por la puerta central).
CORIFEO: He aquí a Hemón el más joven de tus hijos, doliente tal vez por la suerte de Antígona, de su tierna futura mujer, que lamenta sus bodas frustradas.

CREONTE: Luego de él lo sabremos mejor que de un profeta. Oíste, la condena irrevocable dada contra tu novia y llegas furioso hasta tu padre, hijo mío, ¿o nos amas sin mirar lo que hacemos?
HEMON: Tuyo soy, padre mío, pues tú con tus consejos prudentes me gobiernas y yo debo seguirlos. No habrá bodas que sean para mí más valiosas que el dejarme llevar por ti bien dirigido.
CREONTE: Hijo mío, así debes tener dispuesto el ánimo y posponerle todo a la opinión paterna. Es ésta la razón por que el hombre desea que sean obedientes los hijos que ha engendrado, para que al enemigo devuelvan sus ofensas y a los amigos honren, al igual que a su padre pues de aquel que procrea solo inútiles hijos sólo podrá decirse que una causa de males se procuró a sí mismo, y brindó a su enemigo la manera de hacerlo objeto de su escarnio, que nunca por lisonja del placer de una hembra pierdas tú la razón. Persuádete, hijo mío, de que hiela el abrazo de una mala mujer que contigo divida tu tálamo y tu casa. No hay plaga más funesta que un pariente malvado; desprecio a esta mujer igual que a una enemiga y deja que se busque un esposo en el Hades, pues yo la sorprendí cuando públicamente ella, sola entre todos, traicionaba a su pueblo.
La mataré. No quiero pasar por mentiroso frente nuestra ciudad… y que entone sus quejas al Zeus familiar. Si a los mismos parientes mantengo ya sin freno, ¿qué no harán los extraños? Quien enérgico sea con su propia familia será justo también con su propia ciudad. Aquel que las leyes con arrogancia viola o pretende imponerse a quien tiene el poder, no habrá de recibir elogios de mi parte. A aquel que la ciudad colocara en el trono se debe obedecer hasta en cosas pequeñas, sean justas o no. Aquel que así procede me atrevo yo a creer que es digno de reinar pues obedecer, y arreciendo el combate, firme sigue en su puesto como fiel compañero. No existe una desgracia mayor que la anarquía, corrompe las ciudades, disuelve las familias, ahuyenta en la batalla a las huestes aliadas; con la obediencia en cambio, vida y bienes se salvan, de los más ordenados. Por tanto, es necesario que se acaten las leyes y jamás permitamos que uno mujer nos venza. Si debemos caer seré siempre mejor caer por viril mano. No se dirá que fuimos, como mujeres, débiles.
CORIFEO: En verdad a nosotros, si de razón el tiempo no nos privó, parecen muy justas tus palabras.
HEMON: Padre, de cuantos bienes a los hombres conceden los dioses, la razón es nuestro bien supremo. Ahora bien, que no tengas razón en lo que dices no podría decirlo, ni sabría tampoco. Con todo, pueden otrora también pensar lo justo. Es propio de mi estado observar todo aquello que se hace o se dice, o que de ti murmuran. tu vista aterroriza al simple ciudadano que a decir no se atreve lo que habrá de irritarte. Yo en cambio, recatado entre las sombras escucho de qué manera llora la ciudad a esta niña, la que menos merece de todas las mujeres sufrir ten atroz muerte por acción tan hermosa, por no haber permitido que insepulto quedara un hermano caído, para que fuera pasto de perros carniceros y de aves de rapiña. ¿No merecía, en cambio preciosa recompensa? Ves semejante a esto va cundiendo en secreto. Ahora, padre mío, no hay bien que yo prefiera al de verte feliz y próspero en tus cosas. Ahora padre mío, no hay bien que yo prefiera al verte feliz y próspero en tus cosas. ¿Qué prenda más gloriosa que de su padre el auge para un hijo, y de éste lo propio para el padre? No sigas entonces apegado a tu idea de que aquello que dices es justo, y nada más. Todo aquel que se paga de su solo talento, de su alma o su elocuencia, que nadie más posee; si en su interior se escruta, vacío le verán.
Por muy sabio que sea no es deshonra que aprenda muchas cosas el hombre y duro no se muestre. ¿No ves cómo en invierno sus ramas salvan el árbol que sabe doblegarse cuando crece el torrente, que de raíz arranca al otro que resisto? También el navegante que atesadas sus velas mantiene y nunca cede, terminará volcado el resto de su viaje navegando en la quilla. Vamos, frena tu cólera, revoca tu sentencia. Si un joven como yo puede dar un consejo, diría que los hombres deberían nacer de toda ciencia llenos, más si esto no sucede y, así suele en efecto acontecer, es bueno que sigan los consejos de quienes bien razonan.
CORIFEO: Oh, señor, si bien habla, conviene que lo escuches, y haz tu también lo mismo: bien hablasteis los dos.
CREONTE: ¿Un hombre de mis años tendrá mejor que aprender de un mozo de tu edad lo que vale el saber?
HEMON: … a huir de la injusticia, y, si bien soy muy joven, no mires ya los años, sino la cosa misma.
CREONTE: Bella cosa, por cierto, honrar a los rebeldes.
HEMON: No seré yo quien pida piedad para los malos.
CREONTE: ¿Y no fue sorprendida al cometer un crimen?
HEMON: No os esto lo que dice todo el pueblo de Tebas.
CREONTE: ¿Nos dirá acaso el pueblo lo que ordenar debemos?
HEMON: ¿Ves que acabas de hablar como un joven imberbe?
CREONTE: ¿A mi antejo gobierno o al de otro en la ciudad?
HEMON: No hay ciudad que dominio sea de un hombre solo.
CREONTE: ¿Acaso la ciudad no es de quien manda en ella?
HEMON: Oh, qué buen soberano serias de un desierto.
CREONTE: Este es, según parece, de la mujer aliado.
HEMON: … sí mujer eres tú por quien tanto me afano.
CREONTE: Ah, malvado, y un pleito intentas a tu padre.
HEMON: Porque veo que yerras y violas lo justicia.
CREONTE: ¿Es error que yo entonces defienda mis derechos?
HEMON: Conculcar de los dioses el honor, no es defensa.
CREONTE: Qué índole asquerosa, rendida a una mujer.
HEMON: A mí no me verás cediendo a una vileza.
CREONTE: …y todas tus palabras son en defensa de ésta…
HEMON: … de ti, de mí, y de todos los dioses de allá abajo.
CREONTE: Nunca habrás de casarte con ésta, mientras vivas.
HEMON: Bien, muera, y, con su muerte que haga morir a otros.
CREONTE: ¿Llega a tanto tu audacia que amenazar te atreves?

HEMON: Lo es, tal vez, ¿oponerse a tus huecas razones?
CREONTE: Las lágrimas el juicio habrán de devolverte.
HEMON: Si no fueras mi padre, diría que estás loco.
CREONTE: Esclavo de una hembra, no trates de adularme.
HEMON: Dices cuento te agrada, pero escuchar no quieres.
CREONTE: ¿En verdad? Pues por todos los dioses te aseguro que no son los insultos lo que habrá de alegrarte. Traed aquí a esa odiosa mujer para que muera ante sus mismos ojos, al lado de su novio.
HEMON: ¿Al lado mío? No. No lo creas jamás; ni morirá a mi lado, ni volverás a ver mi cara ante tus ojos. Pasea tu locura junto a quien de los tuyos quiera soportar.
(Hemón se retira).
CORIFEO: Señor, se ha ido el hombre con prisa por su enojo; un ánimo hostigado, a su edad, es feroz.
CREONTE: Que haga y que presuma de las fuerzas del hombre, empero a estas muchachas no salva de la muerte.
CORIFEO: ¿A las dos acaso pretendes dar muerte?
CREONTE: No a quien no tomó parte.
CORIFEO: Y ¿de qué muerte quieres que parezca la otra?
CREONITE: La llevaré a un lugar sin huellas de mortales y, viva, he de encerrarla en rocosa caverna: a su lado pondré solo aquel alimento que evite el sacrilegio y el contagio de Tebas; y, allí, invocando al Hades, único dios que adora pueda ser que consiga salvarse de la muerte. Tal vez aprenda entonces, pero ya será tarde.
(Creonte se retira. Aparece ANTÍGONA conducida por dos centinelas y con las manos atadas).
LAMENTO / ESTROFA I
ANTÍGONA: Miradme ciudadanos de mi patria, recorriendo mi último camino y rayo del sol contemplando, nunca más lo vere. Pues ya el Hades que todo adormece, en vida todavía me conduce de Aqueronte a la orilla, sin haber conocido el himeneo y sin cortejo de cantos nupciales, seré esposa del numen de la muerte.

CORIFEO: Pues ilustre y cubierta de gloria al abismo mortal te encaminas, no alcanzada por mal que consume ni redimida la herida de una espada, por tu propio querer y aun en vida bajarás al averno tú sola.
ESTROFA II
ANTIGONA: Oh ciudad, oh habitantes de mi patria, si los otros son sordos, testimonio os imploro de que sin que me lloren mis amigos por rigor de las leyes a una tumba desdichada, me encamino; estoy entre los vivos y no existo, y ni vivo ni muero.
CORIFEO: Por haber rebasado los límites, atrevida, caíste; culpa paterna ciertamente tú expías.
ANTIESTROFA II
ANTIGONA: Me tocaste con tu lengua en la herida más doliente la célebre desgracia de mi padre y todas las desdichas, qué causaron los ínclitos Labdácidas. Ay, maldición del hecho de una madre que con sus mismos hijos ayuntárase, con mi padre, nacido de esa madre infeliz, de donde yo naciera desdichada. Hacia ellos, sin bodas y maldita, habitar junto a ellos me encamino. Y tú, pobre hermano mío, que tristes desposorios alcanzaste, con tu muerte me matas.
CORIFEO: Respetar a los muertos es pío, pero aquel que detenta el poder no soporta que nadie los viole. Te ha perdido tu arrojo altanero.
ÉPODO
ANTIGONA: Ay, sin llantos ni amigos, sin cantos nupciales, desdichada me arrastran al último viaje. Nunca más la sagrada pupila del sol me será permitido admirar, infeliz; y mi muerte, sin llantos, no habrá a quien aflija.

ANTIGONA: Ay de mí, que una voz semejante me dice la inminencia de la muerte.
CREONTE: No habré de aconsejarte que confíes en que pueda no cumplirse la sentencia.
ANTIGONA: Oh ciudad de mis padres en tierra de Tebas, oh deidades de mis antepasados, ya me llevan, no hay más esperanza. Oh magnates de Tebas, mirad, a este último resto de una estirpe real. Cuanto sufrí y por obra de quien lo padezco, porque quise ser siempre piadosa.

(ANTÍGONA es llevada lentamente por los guardias; el CORO canta.) CUARTO CANTO ALREDEDOR DEL ARA) Ingreso de Tiresias
ESTROFA I
CORO: La belleza de Dánae también debió trocar la luz del firmamento por una mazmorra de bronce, era ilustre su linaje oh niña; y en su seno guardaba la semilla de la lluvia de oro de Júpiter. Es terrible la fuerza del destino, no hay riquezas, no hay armas ni baluartes, no hay naves negras que golpee el mar y que a esquivarla no puedan ayudar.
(Llega TIRESIAS de la mano de un niño.)

TIRESIAS: Oh, señores de Tebas, por el mismo camino dos llegamos siguiendo los ojos de uno solo: no podemos los ciegos caminar sin un guía.
CREONTE: Dime, anciano Tiresias, ¿qué de nuevo sucede?
TIRESIAS: Voy a decirlo, y, tú, presta fe al adivino.
CREONTE: Jamás de tus consejos me libré antes de hoy.
TIRESIAS: Por eso gobernaste la ciudad rectamente.
CREONTE: Y puedo atestiguar que saque buen provecho.
TIRESIAS: Pues, sabes que caminas al borde de un abismo.
CREONTE: ¿Qué pasa? ¿Y por qué me hace estremecer tu voz?
TIRESIAS: Lo sabrás escuchando de mi arte los presagios. Al llegar al antiguo sitial ¡de los auspicios, allí donde me es dado observar todo augurio, oí un desconocido alboroto de pájaros, que con furor maldito graznaban y chillaban. Comprendí que entre ellos con sus garras sangrientas se estaban destrozando, el ruido de sus alas no podía engañarme. En seguida, aterrado, quise encender la ofrenda en el altar ardiente; la llama no prendía, sin embargo, en las victimas; la grasa de los cuartos derretida caía mojando las cenizas y humeando escurría; la hiel se evaporaba; quedaron despojados los huesos de la grasa que los tenía envueltos, tan funesto presagio de un sacrificio oscuro he logrado saber por obra de este niño, pues él es quien me guía, como yo guio a otros. Que desgracia sufre la ciudad por tu culpa, por tus malos consejos, pues todos los altares, los braseros sagrados, se encuentran Atestados, de piltrafas sacadas por buitres y por perros del mísero cadáver de aquel hijo le Edipo. Ya no acogen los dioses las plegarias rituales y tampoco las llamas de nuestros holocaustos; ya no lanzan las aves sus gritos agoreros cebados con la carne corrupta de un cadáver. Piensa en esto hijo mío, es humano el errar, pero aquel que haya errado ni infeliz ni insensato será, si en los deslices en que hubiera caído procura remediar y en ellos no se obstina; tiene la obstinación visos de estupidez. Cede pues ante un muerto y en él y no te ensañes. ¿Qué proeza ha de ser rematar el cadáver? En tu bien he pensado y por él te aconsejo: es dulce dar oídos a un consejo benéfico.

CREONTE: Como arqueros al blanco, oh viejo, contra mí ya todos disparáis. De tu arte profético no pude quedar libre, que ya mí misma gente hace tiempo, me vendió y de mi hizo mercado. Comprad si así queréis, el electro de Sardes, el oro de la India y lucraos así, pero a ese, en sepultura no le habréis de poner ni aunque al trono de Zeus quieran llevar sus águilas las carnes desgarradas, ni aún en ese caso habré de permitir, por temor a tal mancha, que le den sepultura. Bien se yo que a ninguno de los hombres es dado mancillar a los dioses. Dan, mi viejo Tiresias, muy funestas caídas aún los más astutos mortales que, por lucro, adornan con palabras los nefastos pensamientos.
TIRESIAS: Ay, pero hay alguien que sepa, hay alguien quien conciba…
CREONTE: ¿Qué cosa? ¿y qué me dices con tales vaguedades?
TIRESIAS: Que el buen consejo vale más que cualquier riqueza.
CREONTE: Tal como la imprudencia es la mayor desgracia.
TIRESIAS: De ese mal sin embargo estás contaminado.
CREONTE: No quiero contestar su injuria a un adivino.
TIRESIAS: …y la de los tiranos lo es de infames riquezas.
CREONTE: ¿No sabes que es a un rey a quien tú dices eso?
TIRESIAS: Ya lo sé, la ciudad gracias a mí salvaste.
CREONTE: Eres buen adivino, pero amas la maldad.
TIRESIAS: Tú me harás revelar lo que encierro en mi mente.
CREONTE: Habla siempre que sólo por lucrarte no sea.
TIRESIAS: Así pienso lucrarme hablando en tu interés.
CREONTE: Ten por cierto que en nada tendrás mi aprobación.
TIRESIAS: Ten por cierto también que las ágiles ruedas del sol no habrán de dar muchas vueltas aún sin que tú mismo veas convertido en cadáver a un hombre de tu sangre en cambio de esos muertos pues a uno empujaste de la vida a la muerte, a un vivo en sepultura, sin piedad, encerrando, y a quien es de los dioses aquí arriba retienes sin su parte de honores, por tenerlo insepulto. Esto hacer no podéis ni tú ni los celestes, y son violencias las que tú has cometido. Ya te van acechando las furias de los dioses y del Hades, que llevan la ruina y la venganza, a dejarte envuelto en idénticos males. Piensa bien si esto digo por amor al dinero; no llegará a pasar gran espacio de tiempo sin llantos en tu casa, de mujer, de hombres; ya enemigas se han vuelto contra ti las ciudades a cuyos muertos hijos, los perros o las fieras el honor concedieron de tener sepultura, o hacia cuyos altares las aves voladoras transportaron el miasma. Ahí tienes los dardos que, cual flechero airado, lanzo a tu corazón; y su herida certera no podrás esquivar.
Muchacho, hasta mi casa condúceme, y que este desahogue su cólera sobre gente más joven, y que aprenda a tener su lengua más tranquila, y en su alma alimente sentimientos mejores.
(TIRESIAS y el niño se retiran. El CORO está aterrado. Silencio.)

CORIFEO: Señor. Se marcho el hombre. Tremendos vaticinios son éstos que ha lanzado. desde cuando mis negros cabellos cambiaron en canas sé muy bien que a la ciudad jamás profetizó lo falso.
CREONTE: Y yo también lo sé: eso es lo que me turba. Es terrible ceder, pero más lo serio afrontar la desgracia inminente que llega.
CORIFEO: De buen consejo tienes necesidad, Creonte.
CREONTE: ¿Qué hay que hacer? Vamos, habla, y yo obedeceré.
CORIFEO: Saca de su prisión de prisa a la doncella y levanta una tumba al que yace insepulto.
CREONTE: ¿Entonces me aconsejas y exhortas a que ceda?
CORIFEO: … y cuanto antes, señor. El rápido castigo del Numen se adelanta al mal aconsejado.
CREONTE: Ay de mí, puedo apenas forzar mi corazón. No es posible que luche contra la fatalidad.
CORIFEO: Corre y hazlo tú mismo, no lo encargues a los otros.
CREONTE: He de ir en el acto. ¡Id, servidores, id! los presentes y ausentes con el hacha empuñada en la mano, y corred hacia la colina; y ya que mi opinión en tanto se ha cambiado, lo que yo aprisioné quiero soltar ya mismo; ya comienzo a tener que terminar la vida respetando las leyes pueda serlo mejor.
CORO: ¡Oh, Baco! Dios de múltiples hombres descendencia de Júpiter.
(Entra un MENSAJERO).

MENSAJERO: Oh vecinos de Tebas y la casa de Anfión, no existe condición de vida que se pueda, condenar o ensalzar como cosa durable. El azar hoy derriba a un hombre venturoso y mañana levanta a un mortal desdichado; y no tienen los hombres profetas del futuro. Para mí era Creonte digno de envidia un tiempo; al librar de enemigos esta tierra y adueñarse del mando de la entera comarca, la regia; una estirpe de hijos bien nacidos o su lado crecía. Todo esto se perdió. cuando pierden los hombres alegría y placer no comprara ya el mundo por la sombre del humo.
CORIFEO: ¿Qué desgracias nos vuelves anunciar de los Reyes?
MENSAJERO: Murieron… y los vivos son causa de su muerte.
CORIFEO: ¿Quién es el asesino? ¿Quién yace muerto? ¡Di…!
MENSAJERO: Hemón a perecido y no por mano extraño.
CORIFEO: ¿Tal vez la de su padre?… ¿o fue su propia mano?
MENSAJERO: Fue él… Furioso estaba por el crimen paterno.
CORIFEO: Oh adivino, que justa profecía nos diste
MENSAJERO: Si es así hay que pensar también en los demás.
CORIFEO: En efecto, ahí veo a la pobre Eurídice lo esposa de Creonte que sale del palacio. ¿Ha oído hablar del hijo o la trae el azar?

(En la obra que presentamos, no aparece el personaje de Eurídice. Sin embargo, aquí se mantiene el parlamento de Eurídice para mayor claridad).
EURIDICE: Oh ciudadanos todos, oí vuestras palabras Saliendo a recitar mis plegarias a Palas. Estaba yo quitando las barras y cerrojos que cerraban la puerta y tratando de abrirla, cuando hasta mis oídos llegaron las palabras que narraban la atroz desgracia que aflige a esta triste familia. Caí llena de miedo desmayada en los brazos de quienes me seguían. Mas cualquiera que sea esa voz, repetidla, no ignoro la desdicha para poder oíros.
MENSAJERO: Yo, que allí estuve presente, hablaré, sin callar de la verdad un punto. ¿A qué engañarte en cosa que me habrán de mostrar mintiendo? la verdad es siempre lo más recto. Acompañé a tu esposo hasta el fin de la llanura, donde yacía aún el cuerpo destrozado de Polinice, aquel que no encontró piedad. Cuando hubimos rogado a Hécate la errante y a Plutón que calmase su enojo y se aplacasen, píamente lavamos los restos que quedaban; en un fuego de ramos aún verdes los quemamos, y, con tierra nativa erigimos un túmulo elevado; en seguida nos fuimos hacia el tálamo de la novia del Hades, a su lecho de piedras. De repente, alguien oye agudísimas quejas procedentes del túmulo del que honores no tuviera y al monarca Creonte va corriendo a anunciarlo. Cuando ya estuvo cerca lo envolvió de lamentos, un confuso rumor, y, llorando, este grito lanzó desgarrado: “desdichado de mí, soy adivino entonces y recorro el más triste todos los caminos que nunca recorrí. Me acaricia la voz de mi hijo. Acercaos, removed esas piedras allí donde se abre del del túmulo la boca y mirad si de Hemón es esa voz que oigo o me engañan los dioses”.
Obedientes del amo afligido al mandato miramos: en el fondo de la honda caverna, suspendida del cuello divisamos a Antígona ahorcada con lazo de finísimo lienzo, y a Hemón que abrazaba la cintura de su novia llorando su pérdida, lo que hizo su padre y las infaustas bodas. Cuando el padre lo vio, con un ronco gemido hacia él lanzó diciendo entre sollozos: “desdichado ¿qué has hecho? ¿qué cosa te propones? ¿en qué calamidad vas a perderte ahora? Sal de ahí, hijo mío”, suplicante le pide.
Pero el hijo, los ojos clavando en él feroces, y escupiéndole el rostro, sin contestar, tiró del puño de la espada de doble filo y erró al padre porque este lo esquivó. El infeliz contra sí mismo, airado como estaba, apoyando sobre el erguido pecho la espada la enterró en sus costillas. Con sus brazos lánguidos abraza el cuerpo de la joven y de una bocanada sus pálidas mejillas el río impetuoso de su sangre enrojece. Allí están: un cadáver abraza a otro cadáver, en la mansión del Hades él triste cumplió sus bodas, mostrando que de todos los males que rodean al hombre, la imprudencia es sin duda el mayor.
(Eurídice regresa al palacio).
CORIFEO: ¿En qué piensas ahora? se ha alejado la reina sin proferir palabra buena o mala que fuera.
MENSAJERO: Yo también asombrado me quedé, sin embargo, abrigo la esperanza de que, al oír la muerte del hijo, no ha querido en público quejarse, y en privado querrá llorar con sus doncellas. El juicio no le falta y no hará desatinos.
(El MENSAJERO entra al palacio. Se ve entrar a CREONTE con un grupo de servidores: trae el cadáver de HEMÓN.)

CORIFEO: Llega el rey en persona que trae la prueba evidente, de su propio pecado.
CREONTE: De una mente demente, obstinados pecados de muerte, asesinos y muertos, contempláis en una misma familia. Oh desgracia de mis malos consejos. Hijo mío, tan joven y de tan temprana muerte. Has muerto, te fuiste por mi funesta decisión, no por la tuya.
CORIFEO: Ay que tarde parece conocer la justicia.
CREONTE: Ay de mí. La conozco y triste, En mi propia cabeza algún dios irritado contra mi gravemente golpeó y por salvajes senderos me empujó derribando mi dicha y hallándola a sus pies… ay, ay de los mortales infructuosos afanes.
MENSAJERO: Oh, señor, cuantos males te esperan, muy pronto has de verlo.
CREONTE: Ay, ay, puerto implacable del Hades, ay por qué, di, ¿por qué tú me pierdes? de desgracias heraldo, que me traes dolores y llantos, tu rematas a quien muerto ya estaba. ¿Qué me anuncias muchacho, cuáles tristes nuevas traes? ¿Cuál es la victima nueva sacrificada que se agrega a mi destino?
MENSAJERO: Tu mujer, cabal madre de este muerto (señalando a Hemón), se ha matado: recientes aún las heridas que se ha hecho, desgraciada.

CORIFEO: Ahora puedes verla, ya no está en el palacio.
CREONTE: Nueva calamidad contemplo. oh desdichado. ¿Qué suerte todavía, ah, qué suerte me espera? En mis manos tenía el cadáver del hijo, ahora, desdichado, contemplo otro cadáver. Ay, madre desgraciada. Infeliz hijo mío.
MENSAJERO: Al lado del altar, con afilada espada, dio el descanso a sus ojos que lloraban la muerte gloriosa de Meneceo, del que antes murió, y, en seguida, de éste, maldiciendo por último a ti, por tus maldades, al matador del hijo.
ESTROFA II
CREONTE: y de mí, me estremece el temor. ¿Por qué nadie este pecho me atraviesa con el doble filo de una espada? Triste de mí, esta doble desgracia me aniquila.
MENSAJERO: Ella, antes de morir, dijo que eras la causa de la nueva desgracia y de otras anteriores.
CREONTE: ¿Y Cómo de esta vida se encaminó a la muerte?
MENSAJERO: Se hirió en el corazón con su misma mano, cuando supo del hijo la muerte lastimosa.
CREONTE: Ay de mí, no se culpe de esto a ningún otro mortal que solo mía es la culpa. Fui yo quien te maté, sí, fui yo el miserable, lo digo abiertamente. Venid pronto, mis siervos, y sacadme de aquí, sacadme de este sitio, soy algo que no existe, de nada valgo ya.
CORIFEO: Está bien lo que pides, si en los males un bien puede haber; se soportan mejor los males breves.

CREONTE: Ah, que venga, que aparezca la última, la más bella de todas mis desgracias y me traiga el fin de la existencia. Venga, que venga y no vuelva yo a ver la luz del día.
CORIFEO: Son cosas del futuro; del presente debemos ocuparnos, de aquellas cuidarán quienes deben.
CREONTE: Sí, pero esto que os pido es mi único deseo.
CORIFEO: No debes pedir nada; no pueden los mortales librarse de los males que decreta el destino.
CREONTE: Sacad fuera de aquí al insensato hombre que soy, pues yo te di la muerte, ay, hijo, sin quererlo; a ella también. Ya no sé a quién mirar, ni a quien volverme, todo cuanto tenía se ha perdido y el lado inexorable me castiga.
CORO: La fuente principal de la aventura es con mucho la prudencia. En cosas de los dioses nadie sea irreverente. Palabras altaneras a la gente soberbia acarrean castigos atroces y en su vejez enseñan la cordura.

SALUDO FINAL
Acaba el acto. Termina la tragedia. La adrenalina detiene su brutal bombeo por los organismos. Volvemos a la condición humana, aliviados por la performance bien hecha. Antígona es un éxito y estamos agotados y felices.

Arturo agradece a quienes ayudaron mucho. Agradece al público por su presencia. Está orgulloso de nosotros, pero el viejo hombre de tablas mantiene la profesional compostura.

Finalizamos un arduo trabajo, sin saber que llevaríamos algo en nuestro interior, para siempre.

TRAS EL TELÓN
Termina la representación. ¿Qué si se sintió alivio? Por supuesto que sí. No es fácil actuar, recordar el guion, darle sentido al texto, regalarle una experiencia al público; pero lo logramos. Nuestro deseo es que vivan aquellos recuerdos de temprana juventud; que sean compartidos con hijos y nietos, para que jamás olvidemos lo que hizo por nosotros Arturo Villacorta, y entre quienes participaron de las hermosas experiencias del teatro.
Se ha cerrado el telón. Se apagaron las baterías, diablas y candilejas del escenario. El viejo actor camina por el oscuro pasadizo del vestuario, pensando en la eterna actuación y encaminándose hacia la luz solitaria de la insondable muerte. Arturo Villacorta se ha ido a inmortal morada.
¡Gracias, Arturo Villacorta!
¡Que los dioses disfruten de tu arte en los eternos Campos Elíseos, reservados solo para quienes dieron tanta belleza al mundo!
